Reciente estudio muestra que la agrobiodiversidad esta infrautilizada

La agrobiodiversidad incluye todos los componentes de la diversidad biológica relacionados con la producción agrícola, incluida la producción de alimentos, el sustento de los medios de vida y la conservación del hábitat de los ecosistemas agrícolas.

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Entre los componentes de la agrobiodiversidad tenemos las plantas, animales y microorganismos domesticados y no domesticados, incluidos los que proporcionan polinización, ciclo de nutrientes, control de plagas y otras funciones ecológicas que respaldan los sistemas de producción. Los cambios ambientales que actualmente vive el planeta son un riesgo importante para la agrobiodiversidad, pero esta provee de alternativas que pueden hacer a nuestros sistemas alimentarios más sostenibles y resilientes.

De esta manera, un aprovechamiento eficiente de la agrobiodiversidad es vital para evitar la dependencia excesiva de pocas especies, variedades y razas, así como para prevenir la desaparición de polinizadores y otros organismos que sustentan la alimentación y la agricultura. Diversos estudios demuestran también que las dietas bajas en diversidad a menudo son inadecuadas en micronutrientes, lo que aumenta el riesgo de desnutrición. Mientras que los monocultivos y otros sistemas de producción simplificados son más propensos a los brotes de plagas y enfermedades, menor calidad del suelo y rendimientos inestables y corren el riesgo de pérdidas de cosecha más frecuentes.

Para formarse una idea, de las más de 6.000 especies diferentes de plantas cultivadas para la alimentación, solo 9 (caña de azúcar, maíz, arroz, trigo, patatas, soja, palma aceitera, remolacha azucarera y yuca) aportan alrededor del 66% de la producción total de cultivos.

Con esto en consideración, en un estudio publicado en Nature Food por investigadoras de Bioversity International se presenta una evaluación del Índice de Agrobiodiversidad (ABDI por sus siglas en inglés) compuesto por 22 subíndices de 80 países alrededor del mundo con el fin de proporcionar un marco para el seguimiento e informar sobre el desempeño las políticas de los sistemas alimentarios. 

La mayoría de los análisis sobre la agrobiodiversidad hasta la fecha se centraban en componentes individuales, como las especies desatendidas, la diversidad de cultivos o la riqueza de peces y no integran información sobre la agrobiodiversidad de todo el sistema alimentario. Es por eso que, este nuevo estudio se enfocó en abordar los sistemas alimentarios para recopilar datos destinados a permitir a los responsables de la formulación de políticas, organizaciones no gubernamentales, líderes de la sociedad civil y empresas comprender las relaciones entre las dimensiones de la agrobiodiversidad en todo el sistema alimentario, comparar el uso y la conservación de la agrobiodiversidad en todos los países e identificar intervenciones prioritarias para mejorar la agrobiodiversidad para que podamos desarrollar sistemas alimentarios más sostenibles.

El estudio encontró que existe un nivel moderado de agrobiodiversidad en el sistema alimentario mundial y que existe un bajo nivel de compromiso político para mejorar su uso y la conservación. Esto puede indicar que los compromisos políticos con la agrobiodiversidad no se traducen consistentemente en acciones concretas y que se deben establecer compromisos más fuertes para mejorar el uso y conservación de la agrobiodiversidad, particularmente a nivel de producción y de consumo.

El trabajo también sugiere que se debe dar prioridad a mejorar el uso y la conservación de la agrobiodiversidad para dietas saludables y opciones de uso futuro en los países en desarrollo, mientras que los países en todos los niveles de desarrollo deben continuar esforzándose por mejorar los niveles de agrobiodiversidad en la producción.

Mejorar la agrobiodiversidad a través de prácticas como la agroforestería tiene beneficios colaterales para múltiples servicios de los ecosistemas, al igual que la integración de la vegetación natural en los paisajes agrícolas y la práctica de la agricultura orgánica o de conservación. Sin embargo, el estudio identificó que la implementación de estas intervenciones es baja en la mayoría de los países, lo que destaca una aparente brecha entre la evidencia empírica y las decisiones de los administradores de tierras. 

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